Fundación Vicente Ferrer. 2011/11/29

Como cada martes viajamos al Hospital de Bathalapalli. No está muy lejos, a unos 20 kilómetros de la Fundación. Salimos a las 9.30 de la mañana. Wima, nuestro chófer, llegó puntual. No es la primera ocasión que trabajo en este hospital pero si la primera que voy con Fredi. Esta vez le ha tocado a él pasar mala noche por un virus de diarrea que hay en el campus.

Ya vestidos de payasos, iniciamos el paseo por el hall principal del hospital con música y saludos hasta llegar a otro recibidor lleno de madres, abuelas y algún padre sentados en sillas, donde esperaban el turno de visita de sus hijos. Sus caras mostraban desconcierto pero se vislumbraba alguna sonrisa cómplice. Poco a poco se iban acercando y pronto se dispusieron en círculo a nuestro alrededor. Niños en primera fila, mamás y abuelas detrás, y hombres a un lado: un caos muy ordenado. Se desplazaron hasta nosotros quienes aún no les tocaba el turno para el médico, por eso cuando salimos del círculo de miradas, pasamos junto a todos los niños que no se habían podido mover de la silla.

Dejamos la sala y entramos en la habitación común, donde están las camas de los niños ingresados. Pompas, música, magia… y nos pidieron otra vez diábolos para romper esas horas largas de rutina de hospital y abrir el grupo de familiares que esconden al enfermo, alrededor de las camas. Los familiares sonreían al ver sonreír a los enfermos y borraban por un segundo la máscara de dolor. Cuando salimos de esta sala nos llevaron a otra parecida pero con niños mas graves y el trabajador social que nos acompañaba nos dijo que era mejor no entrar, pero al pasar vi la mirada de un niño desde el interior. Me negué a dejar de lado a estos niños y pedí tocar un canción desde fuera. Fredi estaba de acuerdo conmigo. Los niños podían vernos a través de la rejilla de la puerta. Parecían contentos. Vi la cara de una enfermera voluntaria, Amanda. Abrió la puerta y nos pidió que entráramos .

-¿No hay Problema?
-¡¡Claro que no!! Estos niños, como todos, necesitan estímulos y ganas de vivir.

Así fue. Otra sala, otra fiesta. Amanda nos informó del seguimiento que personalmente hacía de un niño con síntomas de desnutrición en la cama del fondo de la sala (con un año pesa tan solo 4 kilitos). Pude ver en sus ojos, cuando tocaba la concertina especialmente para él, que le gustaban los valses, a pesar de casi no tener fuerzas para sostener su cabecita… La desnutrición y los problemas que origina es unos de los  caballos de batalla de los hospitales de la Fundación. Recuerdo el primer día que visité un hospital. Se me acercó un padre pidiéndome un globito para su bebé y luego que le acompañara para dárselo personalmente; el niño estaba en una incubadora y pesaba 1.250 gramos. El perrito globo era mas grande que el chiquillo…

Por la tarde visitamos en hospital para enfermos de SIDA.

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