Una historia natural de los sentidos

sentidos

En la escuela me explicaron que la vista sirve para ver, el oído para escuchar y el tacto para tocar. Pero hasta que no he leído el libro de Diane Ackerman no he comprendido realmente qué significa ver, oler, tocar o gustar. Los sentidos son uno de los medios por el cual el payaso alimenta su inteligencia y lo hace presente en el aquí y ahora.
 Una historia natural de los sentidos se organiza en torno a cinco capítulos que van desgranando sucesivamente los cinco sentidos que definen la sensorialidad del mundo tal y como la percibimos los hombres desde el principio de los tiempo, más un capítulo adicional referido a la sinestesia que consiste precisamente en la confusión, la mixtura de los sentidos, en la que un color se puede oler o un acorde musical se ve con una determinada tonalidad, y que, por tanto, se adentra más en el mundo de la neurología.

Esta es una de las obras más eclécticas, menos convencionales y más atractivas que se han escrito sobre el ser humano y sus instrumentos para percibir el mundo. Exploración ingeniosa de los procesos fisiológicos que subyacen a nuestras percepciones, oda elocuente a los sentidos y a la vida, espléndida combinación de ciencia y poesía.

Un libro maravilloso, una inmersión vertiginosa en el mundo que nos rodea, desde los efectos hormonales del olor del almizcle hasta la necesidad biológica de contacto. La visión poética de Ackerman le permite desvelar el misterio y el significado de lo más personal, individual y peculiar. Diane Ackerman ha logrado enriquecer sutilmente lo que, en la vida cotidiana, constituye lo más íntimo de nosotros mismos, pero también lo más esquivo.

Diane Ackerman es una ensayista, poeta y naturalista estadounidense. Su estilo literario, que le ha reportado un gran éxito editorial, se caracteriza por la sencillez, aunando la poesía, la autobiografía y la divulgación científica. Estudió filosofía en la Universidad Cornell, donde se doctoró en 1978. Ha sido profesora en la Universidad de Columbia y la Universidad Cornell, y escribe regularmente en la prensa.  Sus ensayos sobre la naturaleza humana han aparecido en periódicos y revistas de gran tirada, como The New Yorker, The New York Times, Parade, National Geographic, entre otros. También fue responsable de una serie de televisión en la cadena PBS de cinco horas sobre una Historia Natural de los Sentidos. Está casada con el también novelista Paul West, con quien vive en Ithaca, Nueva York.

En castellano ha alcanzado notoriedad gracias a la traducción de tres libros: Una Historia Natural de los Sentidos (trad. en 2000), Una Historia Natural del Amor (trad. en 1994) y Magia y Misterio de la Mente, la Maravillosa Alquimia del Cerebro (trad. 2005). El primero es un recorrido por los diversos aspectos (fisiológicos, antropológicos y culturales) de los cinco sentidos. El segundo, es un análisis del concepto de amor desde la antigüedad hasta nuestros días, su reflejo en la literatura y el arte y su significado histórico y cultural. El tercero es un recorrido divulgativo sobre el funcionamiento del cerebro humano.

Fuente:  http://es.wikipedia.org/wiki/Diane_Ackerman

Título: Una historia natural de los sentidos

Autor: Diane Ackerman

Páginas: 368

Editorial: Anagrama

Año de edición: 2000

«Malabares» de Rolando Villazón

 

El tenor mexicano Rolando Villazón ha publicado su primer libro, lleva por título Malabares.

El tenor mexicano Rolando Villazón ha publicado su primer libro, lleva por título Malabares.

Nº de páginas: 216 págs.

Encuadernación: Tapa dura

Editoral:ESPASA LIBROS, S.L.U.

Lengua: CASTELLANO 

Si el circo es un espejo del mundo, los payasos son nuestros más confiables reflejos. En Malabares, Rolando Villazón ha sabido dar voz —nunca mejor dicho— a estas frágiles criaturas, desgranando sus abismos y esperanzas con enorme sutileza e inteligencia. La fascinante primera novela de un gran artista. J.Volpi.

Cuando de la Editorial Espasa recibí un paquete y lo abrí no me sorprendió que fuera un libro, lo que me sorprendió de verdad fue el nombre del autor. Nada menos que Rolando Villazón. Uno de los mejores tenores líricos del mundo.

Con esto quiero decir que lo último que uno espera de un cantante es una novela de ficción. Cantantes que han escrito autobiografías o sobre su profesión hay muchos, pero ¿ficción?…

¿De que trata Malavares?. El protagonista es Macolieta, un payaso humilde que se gana la vida en fiestas infantiles y pequeñas actuaciones en circos de poca monta, junto a dos compañeros, el filósofo Claudio y su contrapunto, el irónico y burlón Max. Tras sufrir una lesión de espalda y recibir una carta de Sandrine, la mujer que le introdujo en el mundo del circo y a la que no consigue olvidar, Macolieta recupera una vieja libreta de tapas azules en la que lleva años desgranando la historia de su alter ego, Balancín, un colega que triunfa en los grandes escenarios. Macolieta reescribe su propia vida, añadiendo unos cuantos éxitos profesionales y personales, en la figura de Balancín. Donde aquel sufre de desamor y soledad, éste es un afortunado padre de familia con una esposa adorable y dos hijos que son su pasión. Donde el primero se enfrenta cada día a modestos castings y actúa ante un puñado de niños y padres, el segundo comparte cartel con las grandes figuras de la escena.

Macolieta tiene dos compañeros de aventura, Claudio y Max. Los tres tienen diálogos que oscilan entre la profundidad filosófica y el humor ingenuo, casi infantil. Los tres repasan el sentido de la vida, el arte y el amor y llega un momento en que, en el juego de espejos que termina siendo la realidad y la ficción, todo se confunde, para bien y para mal.

Pero… ¿es realmente la vida de Balancín tan perfecta? ¿conseguirá Macolieta que Sandrine vuelva con él?. Hay que leer el libro.

En su juventud, Villazón trabajó como payaso, y hace tiempo participa con la asociación Rote Nasen para llevarles sonrisas a niños hospitalizados alrededor del mundo.Villazón, transmutado en el payaso Rolo, se enfrentó a un público incluso más exigente que el de la Ópera de Viena o la Metropolitan de Nueva York…

Fuente: http://laslecturasdeguillermo.wordpress.com/2013/04/17/malabares-de-rolando-villazon/

La Risa – Henri Bergson

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  «La única curación contra la vanidad es la risa».

 Henri Bergson nació en París en 1859 y fue considerado el mejor filósofo francés de su época. Catedrático de Filosofía moderna, recibió el Premio Nobel de Literatura. Entre sus alumnos se encuentran dos ilustres poetas: Thomas Eliot y el español Antonio Machado. Una de sus obras más conocidas es un ensayo sobre la significación de lo cómico: La Risa

bergson 3 Título original: Le rire.
Traducción: Amalia Aydée Raggio.
© Por la presente edición: SARPE, 1985.
Pedro Teixeira, 8. 28020 Madrid.
Traducción cedida por Plaza & Janés
Editores, S. A.

 ¿Qué significa la risa? ¿Qué hay en el fondo de lo risible? ¿Qué puntos en común encontraríamos entre la mueca de un payaso, un juego de palabras, un enredo de vodevil, una escena de fina comedia? ¿Qué destilación nos dará la esencia, siempre la misma, a la que tantos y tan variados productos le deben su indiscreto olor o su delicado perfume? Nuestra excusa, al decidirnos a afrontar nosotros también dicho problema, es que no intentaremos encerrar la fantasía cómica en una definición. Vemos en ella, ante todo, algo vivo.

 

Puedes descargar el libro en:
http://ciie-r10.wikispaces.com/file/view/2.+Bergson_La+risa.pdf

“He aquí el primer punto el cual he de lla­mar la atención: Fuera de lo que es propiamente hu­mano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser be­llo, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hom­bres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importan­te, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hom­bre como “un animal que ríe”.

Habrían podido definirle también como un ani­mal que hace reír porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siem­pre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.

marcianos

He de indicar ahora, como síntoma no menos no­table, la insensibilidad que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede producir­se cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad. En una sociedad de inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso que entre al­mas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni comprendería la risa. Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expan­sión, y como al conjuro de una varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos. Desimpresio­naos ahora, asistid a la vida como espectador indife­rente, y tendréis muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la música en un salón de baile, para que al punto nos parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos he­chos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo grave a lo cómico si las aislásemos de la música del sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.

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Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con otras inteligencias. Y he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención. No saborearía­mos lo cómico si nos sintiésemos aislados.Diríase que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definido; es algo que querría prolongarse y repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va retumbando co­mo el trueno en la montaña. Y sin embargo, esta re­percusión no puede llegar a lo infinito. Camina den­tro de un círculo, todo lo amplio que se quiera, pero no por ello menos cerrado. Nuestra risa es siempre la risa de un grupo. Quizá os haya ocurrido en el coche de un tren o en una mesa de fonda oír a los viajeros referirse historias que debían tener para ellos un gran sabor cómico, puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis estado en su compañía, seguramente también habríais reído. Pero como no lo estabais, no sentíais la menor gana de reír. Un hombre a quien le preguntaron por qué no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a llanto, respondió: “No soy de esta parroquia”. Lo que este hombre pensaba de las lágrimas podría explicarse más exactamente de la risa. Por muy espon­tánea que se la crea, siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de complicidad con otros rientes efectivos o imaginarios. ¿No se ha dicho muchas ve­ces que en un teatro es más frecuente la risa del es­pectador cuando más llena está la sala? ¿No se ha hecho notar reiteradamente que muchos efectos có­micos son intraducibles a otro idioma cuando se re­fieren a costumbres y a ideas de una sociedad parti­cular? Por no advertir la importancia de este doble hecho, sólo se ha visto en lo cómico una simple cu­riosidad para divertir al espíritu, y en la risa misma un fenómeno extraño completamente aparte, sin re­lación alguna con el resto de la actividad humana. De ahí esas definiciones que tienden a hacer de lo cómico una relación abstracta, clasificada entre las ideas de “contraste intelectual”, “sensibilidad de lo absurdo”, etc., definiciones que, aun cuando real­mente conviniesen a todas las formas de lo cómico, no explicarían en lo más mínimo por qué lo cómico nos hace reír. ¿A qué se debe que esa relación tan particularmente lógica nos contraiga no bien adver­tida, nos dilate y nos sacuda mientras todas las otras no dejan indiferentes? No afrontaremos el problema por este lado. Para comprender la risa hay que reintegrarla a su medio natural, que es la sociedad, hay que determinar ante todo su función útil, que es una función social. Ésta será, digámoslo desde ahora, la idea que ha de presidir a todas nues­tras investigaciones. La risa debe responder a cier­tas exigencias de la vida en común. La risa debe te­ner una significación social.” (Págs. 12-15)

Paréceme que el análisis de Bergson es francamente agudo y no puedo por menos que asombrarme y maravillarme ante la claridad de este pensador. Aun así, hay en mi opinión algo que queda al margen de sus apreciaciones: ve en la risa una planta que hunde sus raíces en la afirmación del yo, y que se sustenta por tanto en el orgullo; sin duda es así, pero frente a todo este aspecto negativo enfrenta sólo, como positivo, el beneficio social que supone la corrección a que mueve la humillación de ser objeto de risa. Sin embargo, en este lado de la balanza se deja algo de suma importancia en el tintero: la capacidad que tiene la risa para aligerar el, a veces, abrumante peso de la vida emocional. ¿Cómo soportar la dureza, a veces brutal, de la vida sin el humor? Bergson dice que para reír es necesario “no sentir”; cierto, pero a la fórmula, creo, se le puede dar la vuelta: al reír, “dejas de sentir”, aunque sea por un momento, de modo que la vida se aligera, la carga emocional se vuelve más liviana y esto permite recuperar fuerzas, quitarle gravedad al mundo; en una palabra, ayuda a disminuir la angustia existencial inherente a la condición humana. Y aún falta otro aspecto esencial; ¿hay algo más sano y reparador que reírse de uno mismo? Este linimento suaviza la amargura de ciertos bocados de la vida, y además nos quita “importancia”, es decir, juega en cierto modo como modulador del orgullo; es curioso que Bergson no tenga en cuenta este tipo de humor. Someterse a la humillación de reconocer las propias carencias o defectos, ante uno mismo y/o los demás, es una auto-humillación (en esto Bergson tendría que estar de acuerdo, en coherencia con su texto), que jugaría, en lo ontológico, el mismo papel que el reírse de los demás juega en lo social. Esto no quiere decir que no haya otros modos de llevar a cabo estas “correcciones”, modos quizá más nobles… pero yo no los conozco.

Fuente: www.cabalgandoaltigre.wordpress.com/2007/04/20/bergson-y-su-risa-i-una-aguda-aproximacion-al-misterioso-fenomeno/