La Risa – Henri Bergson

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  «La única curación contra la vanidad es la risa».

 Henri Bergson nació en París en 1859 y fue considerado el mejor filósofo francés de su época. Catedrático de Filosofía moderna, recibió el Premio Nobel de Literatura. Entre sus alumnos se encuentran dos ilustres poetas: Thomas Eliot y el español Antonio Machado. Una de sus obras más conocidas es un ensayo sobre la significación de lo cómico: La Risa

bergson 3 Título original: Le rire.
Traducción: Amalia Aydée Raggio.
© Por la presente edición: SARPE, 1985.
Pedro Teixeira, 8. 28020 Madrid.
Traducción cedida por Plaza & Janés
Editores, S. A.

 ¿Qué significa la risa? ¿Qué hay en el fondo de lo risible? ¿Qué puntos en común encontraríamos entre la mueca de un payaso, un juego de palabras, un enredo de vodevil, una escena de fina comedia? ¿Qué destilación nos dará la esencia, siempre la misma, a la que tantos y tan variados productos le deben su indiscreto olor o su delicado perfume? Nuestra excusa, al decidirnos a afrontar nosotros también dicho problema, es que no intentaremos encerrar la fantasía cómica en una definición. Vemos en ella, ante todo, algo vivo.

 

Puedes descargar el libro en:
http://ciie-r10.wikispaces.com/file/view/2.+Bergson_La+risa.pdf

“He aquí el primer punto el cual he de lla­mar la atención: Fuera de lo que es propiamente hu­mano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser be­llo, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hom­bres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importan­te, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hom­bre como “un animal que ríe”.

Habrían podido definirle también como un ani­mal que hace reír porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siem­pre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.

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He de indicar ahora, como síntoma no menos no­table, la insensibilidad que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede producir­se cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad. En una sociedad de inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso que entre al­mas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni comprendería la risa. Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expan­sión, y como al conjuro de una varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se convierten en graves y que todo se reviste de matices severos. Desimpresio­naos ahora, asistid a la vida como espectador indife­rente, y tendréis muchos dramas trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la música en un salón de baile, para que al punto nos parezcan ridículos los danzarines. ¿Cuántos he­chos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas no veríamos pasar de lo grave a lo cómico si las aislásemos de la música del sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.

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Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con otras inteligencias. Y he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención. No saborearía­mos lo cómico si nos sintiésemos aislados.Diríase que la risa necesita de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definido; es algo que querría prolongarse y repercutir progresivamente; algo que rompe en un estallido y va retumbando co­mo el trueno en la montaña. Y sin embargo, esta re­percusión no puede llegar a lo infinito. Camina den­tro de un círculo, todo lo amplio que se quiera, pero no por ello menos cerrado. Nuestra risa es siempre la risa de un grupo. Quizá os haya ocurrido en el coche de un tren o en una mesa de fonda oír a los viajeros referirse historias que debían tener para ellos un gran sabor cómico, puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis estado en su compañía, seguramente también habríais reído. Pero como no lo estabais, no sentíais la menor gana de reír. Un hombre a quien le preguntaron por qué no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a llanto, respondió: “No soy de esta parroquia”. Lo que este hombre pensaba de las lágrimas podría explicarse más exactamente de la risa. Por muy espon­tánea que se la crea, siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de complicidad con otros rientes efectivos o imaginarios. ¿No se ha dicho muchas ve­ces que en un teatro es más frecuente la risa del es­pectador cuando más llena está la sala? ¿No se ha hecho notar reiteradamente que muchos efectos có­micos son intraducibles a otro idioma cuando se re­fieren a costumbres y a ideas de una sociedad parti­cular? Por no advertir la importancia de este doble hecho, sólo se ha visto en lo cómico una simple cu­riosidad para divertir al espíritu, y en la risa misma un fenómeno extraño completamente aparte, sin re­lación alguna con el resto de la actividad humana. De ahí esas definiciones que tienden a hacer de lo cómico una relación abstracta, clasificada entre las ideas de “contraste intelectual”, “sensibilidad de lo absurdo”, etc., definiciones que, aun cuando real­mente conviniesen a todas las formas de lo cómico, no explicarían en lo más mínimo por qué lo cómico nos hace reír. ¿A qué se debe que esa relación tan particularmente lógica nos contraiga no bien adver­tida, nos dilate y nos sacuda mientras todas las otras no dejan indiferentes? No afrontaremos el problema por este lado. Para comprender la risa hay que reintegrarla a su medio natural, que es la sociedad, hay que determinar ante todo su función útil, que es una función social. Ésta será, digámoslo desde ahora, la idea que ha de presidir a todas nues­tras investigaciones. La risa debe responder a cier­tas exigencias de la vida en común. La risa debe te­ner una significación social.” (Págs. 12-15)

Paréceme que el análisis de Bergson es francamente agudo y no puedo por menos que asombrarme y maravillarme ante la claridad de este pensador. Aun así, hay en mi opinión algo que queda al margen de sus apreciaciones: ve en la risa una planta que hunde sus raíces en la afirmación del yo, y que se sustenta por tanto en el orgullo; sin duda es así, pero frente a todo este aspecto negativo enfrenta sólo, como positivo, el beneficio social que supone la corrección a que mueve la humillación de ser objeto de risa. Sin embargo, en este lado de la balanza se deja algo de suma importancia en el tintero: la capacidad que tiene la risa para aligerar el, a veces, abrumante peso de la vida emocional. ¿Cómo soportar la dureza, a veces brutal, de la vida sin el humor? Bergson dice que para reír es necesario “no sentir”; cierto, pero a la fórmula, creo, se le puede dar la vuelta: al reír, “dejas de sentir”, aunque sea por un momento, de modo que la vida se aligera, la carga emocional se vuelve más liviana y esto permite recuperar fuerzas, quitarle gravedad al mundo; en una palabra, ayuda a disminuir la angustia existencial inherente a la condición humana. Y aún falta otro aspecto esencial; ¿hay algo más sano y reparador que reírse de uno mismo? Este linimento suaviza la amargura de ciertos bocados de la vida, y además nos quita “importancia”, es decir, juega en cierto modo como modulador del orgullo; es curioso que Bergson no tenga en cuenta este tipo de humor. Someterse a la humillación de reconocer las propias carencias o defectos, ante uno mismo y/o los demás, es una auto-humillación (en esto Bergson tendría que estar de acuerdo, en coherencia con su texto), que jugaría, en lo ontológico, el mismo papel que el reírse de los demás juega en lo social. Esto no quiere decir que no haya otros modos de llevar a cabo estas “correcciones”, modos quizá más nobles… pero yo no los conozco.

Fuente: www.cabalgandoaltigre.wordpress.com/2007/04/20/bergson-y-su-risa-i-una-aguda-aproximacion-al-misterioso-fenomeno/

Clown en la Strada : Giulietta Masina

Giulietta
 Giulietta posee la levedad de un fantasma,
de un sueño, de una idea;
los movimientos, las habilidades mímicas
y las cadencias de un payaso.
Refleja sorpresa y consternación,
momentos inesperados de alegría
y también los alarmantes ataques de tristeza de un payaso
Federico Fellini

Todas mis películas giran en torno a esta idea;
hay un esfuerzo por reflejar un mundo sin amor,
personajes llenos de egoísmo,
personas que se explotan unas a otras,
y en medio de todo, siempre en estos filmes
con Giulietta, una pequeña criatura
que quiere dar amor y que vive por amor.
Federico Fellini

Murmuyo y Metralleta

M&M1Juan Paulo Argandoña es Metralleta y Christian Casanova es Murmuyo.
29 Festival Internacional de Teatro de Manizales, Colombia – 2007, en ese entonces los chilenos eran unos ilustres desconocidos en la escena teatral. Cuando escucharon hablar del festival de Manizales empacaron su maquillaje y tomaron un bus. No imaginaron lo que les esperaba.

Encantado con los actores, Arbeláez, el director artístico del Festival de Manizales, convenció a organizadores de festivales de teatro en Europa de incorporarlos en sus agendas. Así llegaron a España e Italia . Estos dos arriesgados y estrafalarios personajes se la juegan entre los coches que circulan por las calles europeas. Su juego provocador, fresco y desvergonzado, atrapa la complicidad del espectador accidental que pasa a ser objetivo de las retorcidas intenciones de los protagonistas.  Su – Seso Taladro es un engranaje que lleva al límite del riesgo a estos “locos” de la calle que a través de la técnica de un clown callejero suscitan en los transeúntes sensaciones de todo tipo: incertidumbre, curiosidad, ansiedad, risa y hasta miedo y preocupación. Teatro de intervención callejera cuyo objetivo es dislocar y alterar la rutina de los espectadores-transeúntes con una descarga de alto voltaje de trasgresión y humor.